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Un día de primavera de 1991 me enteré de que los musulmanes creen en la Biblia. Estaba asombrado. ¿Cómo podía ser esto? Y eso no es todo, creen en Jesús como:
* Un verdadero mensajero de Dios;
* Profeta de Dios;
* Su Nacimiento milagroso, sin intervención humana;
* Tal como predicaba la Biblia era Cristo, el Mesías;
* Se encuentra con Dios y, más importante…
* Volverá en los días finales para liderar a los creyentes contra el “Anticristo”.
Después de día tras día de “ganar almas para el Señor por Jesús”, atrapar a uno de estos “musulmanes” y “convertirlo” al cristianismo sería un grandísimo logro para mí.
Le pregunté si le gustaba el té y dijo que sí, así que nos fuimos a una pequeña tienda en el centro comercial a sentarnos y hablar de mi tema favorito: las creencias. Pasamos horas sentados en esa pequeña confitería charlando (yo hablé la mayor parte del tiempo), y me di cuenta de que se trataba de un hombre agradable, silencioso e incluso algo tímido. Escuchó atentamente cada una de mis palabras y no interrumpió siquiera una vez. Me gustó su forma de ser y pensé en el inmenso potencial que tenía para convertirse en un buen cristiano. Evidentemente, poco sabía yo acerca del curso de los acontecimientos venideros.
Antes que todo, acordé con mi padre en que debíamos hacer negocios con este hombre; de hecho, incentivé la idea de qué él debía acompañarme en los viajes de negocios a través del norte de Texas. Día tras día viajaríamos juntos y discutiríamos diversos asuntos relacionados a las distintas creencias que las personas tienen. Por supuesto, en el camino pondría algunos de mis programas de radio favoritos sobre adoración y oración para ayudar a hacer llegar el mensaje a este pobre individuo. Hablamos respecto al concepto de Dios, el significado de la vida, el propósito de la creación, los profetas, su misión y cómo Dios revela Su Voluntad a la humanidad. También, compartimos muchas ideas y experiencias personales.
Un día, me enteré de que mi amigo Mohamed iba a mudarse de la casa que compartía con un amigo suyo y se instalaría en la mezquita por un tiempo. Le pregunté a mi padre si podíamos invitarlo a que se quedara con nosotros en nuestra casa de campo. Después de todo, se trataba de una casa grande y podíamos compartir parte del trabajo, algunas cuentas y él se encontraría justo allí en el momento de partir de viaje. Mi padre estuvo de acuerdo y Mohamed se mudó con nosotros.
Por supuesto que aún encontraría tiempo para visitar a mis colegas pastores y evangelistas alrededor del Estado de Texas. Uno de ellos vivía en la frontera de Texas y México, otro vivía cerca de la frontera con Oklahoma. A un pastor le gustaba cargar una inmensa cruz de madera que era más grande que un automóvil. La llevaba sobre sus hombros, arrastrando la parte inferior en el suelo y tirando de las dos vigas que formaban la cruz, por las calles o autopistas. Las personas frenaban sus coches y se dirigían a él, le preguntan qué ocurría y así él les entregaba folletos y panfletos sobre el cristianismo.
Un día, mi amigo que llevaba la cruz sufrió un ataque cardíaco y tuvo que ser internado en el Hospital de Veteranos, donde debió permanecer por un largo período de tiempo. Solía visitarlo en el hospital varias veces por semana y llevaba a Mohamed conmigo, con la esperanza de que juntos los tres pudiéramos compartir el tema de las creencias y religiones. Mi amigo no estaba muy impresionado y era evidente que no quería saber sobre el Islam. Entonces, un día el compañero de habitación de mi amigo llegó al cuarto en su silla de ruedas y me dirigí a él. Le pregunté su nombre y me respondió que eso no importaba; luego le pregunté de dónde era y dijo que provenía del planeta Júpiter. Pensé en lo que dijo y comencé a dudar sobre si me encontraba en el ala de pacientes cardíacos o el ala de salud mental.
Sabía que el hombre estaba solo, deprimido y que necesitaba a alguien en su vida; de modo que comencé a predicarle acerca del Señor. Le leía del libro de Jonás del Antiguo Testamento; compartí con él la historia del profeta Jonás que había sido enviado por el Señor para encaminar a su pueblo en la dirección correcta. Jonás había abandonado a su pueblo y escapado en barco para dejar su ciudad y adentrarse en el mar. Surgió una tormenta, la embarcación casi naufragó y las personas a bordo lanzaron a Jonás por la borda. Una ballena se arrimó a la superficie, atrapó a Jonás, se lo tragó y regresó al fondo del mar donde permaneció durante 3 días y 3 noches. A pesar de esto, y gracias a la piedad de Dios que hizo que la ballena se elevara hasta la superficie y escupiera a Jonás, este regresó a su hogar sano y salvo en la ciudad de Nínive. El mensaje es que no podemos escaparnos de nuestros problemas ya que siempre sabremos lo que hemos hecho y, lo que es más importante, Dios siempre sabe qué hemos hecho.
Luego de compartir esta historia con el hombre en la silla de ruedas, él me miró y se disculpó. Dijo que lamentaba su comportamiento descortés y que había experimentado problemas muy serios recientemente. Y entonces dijo que quería confesarme algo. Le dije que no era un sacerdote católico y que no llevaba a cabo confesiones. Me respondió que sabía eso, a decir verdad, dijo: “Soy un sacerdote católico”.
Estaba conmocionado. Había estado tratando de predicarle el cristianismo a un sacerdote. ¿Qué había ocurrido allí?
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